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Quizá la imagen que más me gusta evocar de Virginie Hériot sea la de esa mujer, en apariencia frágil, firmemente plantada en la magnífica cubierta de teca de su goleta Ailée escorada por la ceñida, dirigiendo la ajustada maniobra que llevan a cabo más de veinte rudos marinos a los que llama «mis muchachos».

Virginie Hériot no pudo cumplir su sueño de infancia de ser almirante, pero fue propietaria de los más bellos veleros de regata a flote entre 1923 y 1932. Amiga y admiradora de todos los grandes marinos de la época, es a su vez admirada y respetada por ellos; hombres como Charcot o Gerbault comparten a bordo con ella largas horas de conversación y amistad. Fenómeno aislado en un mundo masculino y misógino, Virginie trastoca las costumbres del momento y se pone al timón de sus barcos de regata, desafiando a las grandes estrellas del yachting en todos los campos de regata; a su paso por los pantalanes, no faltarán los guiños cómplices, las risitas y las bromas de mal gusto, que no harán sino acentuar su soledad y misantropía.

Prolífica autora, su obra gira en torno al mar y los valores que solo el mar otorga: capacidad de sufrimiento, lealtad, espíritu de superación, devoción y entrega. Su apasionado mensaje ha marcado a varias generaciones de navegantes deportivos franceses. El verdadero mérito de este texto que tienen en sus manos es el de contribuir a que se conozca a esta mujer excepcional y el gran marino que fue.



Índice:

Prefacio

IMPRESIONES Y RECUERDOS
El Ailée en la mar y en el puerto
Meditaciones de alta mar
En Córcega
En Marruecos
Horas rudas
Variedades
Esbozo de Oriente
Recuerdos de la realeza
La última estela

Mis cruceros